Llevan tocando juntos desde el colegio, así que el proceso “prueba-error” de los principiantes ellos lo completaron de los 5 a los 20 años. Sus principios musicales no tenían expectativas, ni pretensiones, sino que su único objetivo era pasarlo bien, tocar para amigos. Eso si, siempre con actitud trabajadora, porque a ellos les importa “hacer las cosas bien”.
Ya universitarios, comenzaron a plantearse grabar demos de sus primeras canciones. Ellos confiesan que eran muy ingenuos y que simplemente querían tener un disco para mostrárselo a la gente en los bares; básicamente para que les dejaran tocar. Como premio, llegó su primer concierto en el restaurante vegano de la madre de un amigo. Un sitio chiquitito en cuyo patio tenían que tocar entre las mesas,… Ya entonces sus canciones anunciaban que tenían el alma vieja; tanto como jóvenes la garganta y el corazón.
Empezaron a componer de modo muy sincero e inocente, porque para ellos es importante ser artista y disfrutar “el detalle”: ese acorde que te entusiasma, esa nota que te emociona. Ahí es donde encuentran la verdadera felicidad que proporciona el hacer canciones. Su método de composición era –y es- “integrar por partes”: mezclar trozos que se le ocurren a cada uno. Hay que decir que una gran virtud de Morat es la falta de ego de sus componentes y ahí destacan sus cabezas pensantes, su buen juicio: en lugar de vivir en un continuo duelo de compositores, cada uno saca lo mejor de si y los demás lo aprovechan para ir sumando. Para ellos nunca es “la canción que hice”, sino “la canción que hicimos”; y fue eso lo que les hizo dar “el salto”.
Contactan con quien sería su productor -Mauricio Rengifo de Cali y el Dandee- y, ya en su primera reunión, éste les propone que le hagan una canción; allí mismo, in situ. Ellos van y componen “Mi nuevo vicio” en media hora. Fue la canción más rápida de la historia y, ya desde el principio, un tema con mucha magia; tanta que les cambió la vida. Mientras acababan de grabar la canción, algo les decía que el tema era bueno, que iba a funcionar, que estaba lleno de talento. Nada más terminarla, “Mi nuevo vicio” empieza a sonar sola -vía Internet- en todos los colegios de Bogotá y la gente la ponía en las fiestas sin saber quienes eran sus autores. No pasa nada hasta que en una reunión con gente de la compañía discográfica en Miami la escucha Paulina Rubio y ahí se desencadena todo.
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